lunes, 23 de noviembre de 2015



LINEA DE INVESTIGACIÓN 

ESTADO, FAMILIA Y COMUNIDAD EN LAS POLÍTICAS SOCIALES, CHILE, SIGLO XX


La  familia parece jugar el papel de variable dependiente en los estudios históricos sobre las políticas sociales y la constitución de una sociedad de bienestar en Chile, asumiendo su pérdida en importancia en relación directa a la relevancia que adquirieron las prestaciones provenientes del Estado[1]. En algunos casos se ha sugerido que las familias fueron reacias a la intervención, en especial cuando los programas y políticas públicas no tomaron en cuenta sus patrones culturales, mientras que en otros que sus estrategias de subsistencia privilegiaron progresivamente la dimensión económica por sobre la afectiva, siendo receptivas a esa intervención estatal[2]. Sin embargo, muchos de estos planteamientos se basan en apreciaciones generales y en modelos propios a las realidades europeas, sin correlación directa con el desarrollo de los Estados latinoamericanos, sometidos a problemas de legitimidad, clientelismo, falta de recursos, entre otros aspectos. Por el contrario, el peso de la familia, como núcleo de parentesco, parece haber jugado un papel importante en las estrategias de sobrevivencia de los individuos, desde los procesos de transición al capitalismo (1870) hasta la crisis del modelo de bienestar durante los años 1970, independiente del peso relativo del Estado[3]


         Más allá de una perspectiva simplificadora que supone el pensar en un proceso  de constitución de dichas políticas donde la familia -y complementariamente la comunidad- juega un papel central frente a la ausencia del Estado, para luego éste sustituir el conjunto de sus funciones reproductivas, proponemos una reconstitución histórica que complejiza las relaciones entre ambos actores y que reconoce los recursos normativos, valóricos y materiales desiguales que exhibieron durante la primera mitad del siglo XX. Para ello analizaremos algunos importantes hitos que marcaron el itinerario de las políticas sociales en nuestro país, lo que nos permitirá acercarnos a los supuestos ideológicos que sustentaron los debates del periodo, reconociendo los límites siempre difusos entre las funciones del Estado y de las familias.





[1]  Como no se pretende trazar un recorrido histórico de la familia chilena, sugerimos revisar interesantes investigaciones sobre el tema. Ver, por ejemplo, Salinas, René, “Historia de la Familia Chilena. Siglos XVI-XX”, en Rodríguez, Pablo (coord.), La Familia en Iberoamérica 1550-1980. Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2004, pp. 390-427; Goicovic, Igor, Relaciones de Solidaridad y Estrategia de Reproducción Social en la Familia Popular del Chile Tradicional (1750-1860). Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2006; Valdés, Ximena, “Familias en Chile: rasgos históricos y significados actuales de los cambios”, en Arriagada, Irma y Aranda, Verónica  (comp.), Cambio de las Familias en el Marco de las Transformaciones Globales. Santiago, Serie Seminarios y Conferencias. N°42. Cepal-UNFPA. 2004. pp. 335-353; Tironi, Eugenio, Valenzuela, Samuel y Scully, Timothy (eds.), El eslabón perdido. Familia, modernización y bienestar en Chile. Santiago, Aguilar, 2006.
[2]     Para un debate central sobre la relación entre familia y política social se puede citar el estudio de Martínez, Juliana, Domesticar la incertidumbre en América Latina. Mercado laboral, política social y familias. San José,  Editorial UCR, 2008.

[3]           Lamentablemente muchos estudios sobre la evolución de las políticas sociales en Chile durante el siglo XX no consideran el papel (central o residual) de las familias en la formación del Estado de Bienestar, lo que se puede explicar por la importancia asignada a las variables económicas en desmedro de los aspectos culturales. Por ejemplo, Arellano, José Pablo, Políticas sociales y desarrollo, 1924-1984. Santiago, Cieplan, 1985.
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lunes, 16 de noviembre de 2015



INVESTIGACIÓN EN CURSO
FONDECYT POSTDOCTORAL 3160471

INEQUIDAD ALIMENTARIA Y ESTANDAR DE VIDA.
LAS POLÍTICAS DE ALIMENTACIÓN POPULAR EN EL CHILE DE ENTRE GUERRA: 1920-1950.


Tomando como referencia los aportes provenientes de la historia económica y socio-cultural del consumo, buscamos en este proyecto reconstruir el marco histórico que permitió la formulación de una política pública en el ámbito de la alimentación popular en Chile durante el periodo de entre guerra (1920-1950).
          La discusión bibliografía y el estado de la investigación nos permite señalar que es una temática muy poco abordada por la historiografía chilena, en contraste con la centralidad que ha tenido el consumo y, en específico, la alimentación en la construcción de la sociedad capitalista y en la definición de estándares modernos de vida. Esta investigación reconoce la complejidad del fenómeno alimentario (producción, distribución y consumo de alimentos) y las posibles entradas sociales, económicas, culturales e institucionales que permite. Por ello privilegiaremos el análisis de los debates y representaciones que nacen de la puesta en valor de una serie de estudios y encuestas de nutrición elaboradas entre los años 1920 y 1950, lo cual no solo reveló los serios problemas que tenía la población en el acceso desigual a los alimentos, sino también ayudó a definir los estándares de vida aceptados socialmente, orientando las discusiones metodológicas en la elaboración de un costo de vida en 1928 y de un salario mínimo individual y familiar a partir de los años 1930.
          De esta forma buscamos complementar los estudios cliométricos centrados en reconstruir series estadísticas sobre salarios y precios, poco conectados con las políticas públicas del periodo, así como los enfoques culturales sobre la alimentación, enfocados en reconstruir tradicionales culinarias y hábitos de consumo, aunque sin vinculación con procesos más globales. En concreto, partimos de una hipótesis central que reconoce la necesidad de avanzar en la reconstrucción histórica del Estado de Bienestar en Chile, integrando lo que podríamos llamar la “caja negra” de los estudios sobre las políticas sociales del periodo, como son las políticas de alimentación y su incidencia en la construcción de estándares de vida y determinación de los ingresos mínimos.
     Las fuentes para el desarrollo del proyecto provienen de distintas vertientes profesionales, ideológicas e institucionales. Las monografías obreras, encuestas de nutrición, estudios científicos, prensa escrita, archivos del Ministerio del Trabajo y de Salud, publicaciones del Consejo Nacional de Alimentación, reuniones de las Comisión de Salario mínimo, entre otras variadas fuentes, permitirán conocer el estado nutricional de la población, identificar los debates producidos en torno al acceso y distribución de alimentos, determinar los marcos normativos en la institucionalización de una política de alimentación, y evaluar el tipo de vinculaciones establecidas entre una generación de médicos preocupados por el estado nutricional de los sectores populares y la construcción, a nivel del Estado, de indicadores de bienestar y estándares de vida.
        Con este proyecto esperamos sistematizar los escasos estudios sobre la alimentación y nutrición en Chile, posicionar a la Historia como una disciplina capaz de aportar una mirada de largo plazo sobre el fenómeno alimentario y enriquecer las discusiones provenientes de la Ciencia Política y Sociología sobre la construcción de una sociedad de derechos durante el siglo XX. Además, y quizás lo más importante, buscamos que este proyecto sea un primer paso en la formación de un equipo interdisciplinario de estudios sobre la alimentación y nutrición en Chile.

lunes, 19 de octubre de 2015



SOCIEDAD CHILENA DE HISTORIA DE LA MEDICINA 
XVI JORNADA DE HISTORIA DE LA MEDICINA 20 DE NOVIEMBRE 2015 


Ponencia: Juan Carlos Yáñez Andrade

EL PRIMER CONGRESO DE ALIMENTACIÓN POPULAR, 1931



martes, 14 de julio de 2015


LA LEY DE LA SILLA (1914)
100 años de derechos y de estupideces.


La silla no solo forma parte de los objetos culturales indispensables de la vida cotidiana, sometida a las modas, gustos y estilos propios de otros objetos, sino que además es parte -a decir de Norbert Elias- del proceso civilizatorio de la humanidad. En este sentido, la silla ha estado presente en los rituales culinarios y en el fortalecimiento  de los espacios de intimidad, siendo la forma se sentarse reflejo de patrones culturales, niveles educacionales o grados de confianza que las personas muestran en público. A más de alguno no se le escapará la larga compañía y conexión que tiene la evolución de la silla con el retrete, con el consiguiente avance de la higiene en la humanidad.                            

        En Chile, luego de años de demanda se promulgó el 7 de diciembre de 1914 la llamada LEY DE LA SILLA que establecía que en todo negocio, tienda o almacén se debía mantener el número suficientes de sillas a disposición de los empleados o dependientes. Algunos sectores la criticaron porque tendía a favorecer más a las mujeres que a los hombres, pese a que no discriminaba en favor de las primeras como la ley española de 1912.  Para otros acarrearía un gasto innecesario para los negocios al desnaturalizar muchas de las tareas de los empleados o dependientes. Pero la ley además fue importante porque reglamentó los descansos, dando derecho a los empleados de las tiendas a una hora y media por día para almorzar, considerado suficiente para que se desplazaran a sus hogares y retornaran al trabajo en el horario de la tarde.

       La retórica conservadora ha desnaturalizado el sentido de esta ley, asociándola al conjunto de condiciones laborales que no debieran ser reglamentados y que, en consecuencia, no debiera dar origen a ningún derecho social. Asociada a demandas superfluas que promueven el poco compromiso en el trabajo, la ley de la silla ha pasado a formar parte del anecdotario de las leyes sociales en Chile, un tanto desconocida, poco defendida y mirada con cierto desdén si se desea fiscalizar su aplicación.

     Estas líneas las escribo no solo para recordar el conjunto de “leyes innecesarias”, a decir de algunos, aprobadas por el Estado, sino también para recordar que es en el orden jurídico donde se aseguran los derechos y se reconocen las obligaciones de unos con respecto a otros. Así, no sorprende que bajo el discurso progresista que invade a muchas ONGs y políticos, y que busca a toda costa protegernos de los males de la vida moderna, se haya iniciado una campaña en contra del sedentarismo y que tenga como objeto de todas las culpas la famosa silla.  EL SEDENTARISMO MATA, junto a una silla con una calavera, resume visualmente el mensaje que se nos quiere transmitir. El eje del análisis parece trasladarse del problema de la obesidad y mala nutrición asociado a las empresas alimenticias, grandes cadenas de comida y de distribución de alimentos procesados (Supermercados), a la inactividad y el uso excesivo de la silla como explicación del problema.                          

    Se nos dirá que es solo una campaña y que la silla juega el papel de “representación”  o imagen simbólica del sendentarismo. Pero justamente, como es en los símbolos y representaciones donde algunos buscan ganar sus batallas, es bueno recordar que hace 100 años muchos vieron en la silla un avance en el proceso civilizatorio de cómo tratábamos a empleados y trabajadores.



miércoles, 1 de abril de 2015

Reseña Libro

Movimiento sindical en dictadura. Fuentes para una historia del sindicalimo en Chile. 1973-1990.
Rodrigo Araya

Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2015.

         El movimiento obrero en Chile hunde sus raíces a comienzos del siglo XX. Configurado a partir de distintas vertientes sociales, organizativas e ideológicas, logró importantes avances a partir de la creación de la Federación Obrera de Chile (1909), la Federación Obrera Regional del Chile (1913) y la I.W.W. (1919). Las leyes sociales de 1924 fueron relevantes al legalizar los sindicatos de tipo industrial y profesional. El Código Laboral de 1931 reguló aspectos centrales de la huelga obrera y el 
funcionamiento de los sindicatos. En la década de 1930 y, en especial, con el arribo del Frente Popular, se produjo un proceso de consolidación de sus modalidades de organización y de relación con el Estado, lo que está marcado por la creación de la Confederación de Trabajadores de Chile (1936) y de la Central Única de Trabajadores (1953). Los años de 1940, 1950 y 1960 pueden caracterizarse por la aplicación de las normas del Código Laboral que había reglamentado el derecho a huelga, los convenios colectivos y la sindicalización obligatoria, reafirmando, de paso, los principios largamente discutidos durante los primeros años del siglo XX, en torno a la jornada de 8 horas y 48 horas semanales, el ingreso mínimo, las restricciones al trabajo infantil y de mujeres, entre otros aspectos. En 1967 se produjo un avance importante en el desarrollo de la sindicalización en Chile, al promulgarse la ley 16.625, sobre régimen sindical en la agricultura, y que reconoció el derecho de los trabajadores y empleados agrícolas a constituir sindicatos, así como el derecho a huelga. De esta forma, nuestro país podía mostrar hacia 1973 un sindicalismo fortalecido por distintas medidas legislativas, luchas históricas y un importante sentido de identidad. 
      El modelo de organización sindical característico hasta 1973 ha sido definido por algunos autores de proteccionista, “dada la existencia de trabas para despedir trabajadores; elevadas indemnizaciones; tarifados por rama para ciertas ocupaciones; restricciones de oferta a través de las existencia de carnés para desempeñar determinados trabajos, y privilegios especiales para ciertos gremios”.[1]
          En términos historiográficos, esta evolución del movimiento obrero comenzó a ser  estudiada desde los años 1950 por los principales representantes de la historiografía marxista, cuyo aporte fue romper con el paradigma dominante de la escuela histórica positivista y conservadora, la cual se centraba en los estudios sobre la organización política, descuidando los factores económicos y sociales como explicación de los procesos históricos. Además, su visión marxista supuso poner énfasis en la condición de los sectores populares, dejando de prestar interés a los sectores de la elite como único actor de la historia. Los estudios sobre el surgimiento del proletariado y sus organizaciones socio-políticas, las huelgas y enfrentamientos violentos, las condiciones económico-sociales y, en plano de las relaciones internacionales, el imperialismo y el rol predominante del capital norteamericano, fueron la consecuencia natural de este cambio de paradigma[2]. Sin embargo, estos estudios descuidaron aspectos tan importantes como los debates en torno a la cuestión social, los avances en materia de legislación del trabajo, modalidades de regulación de la protesta obrera y qué decir de la acción del Estado en pro del mejoramiento de la condición social del pueblo. En materia sindical, se tendió a estudiar su desarrollo en vinculación con los avances de los partidos de izquierda, primero el comunista, creado en 1922, y luego el socialista, creado en 1933[3]. Esto trajo como resultado, por una parte, el valorar –quizás en exceso– el aporte de los sindicatos en el proceso de democratización del país[4], descuidando el hecho de que no pocas de sus acciones respondieron a intereses más bien corporativos, que ayudaron a minar los fundamentos democráticos. Por otra parte, al relacionar en demasía determinadas organizaciones sindicales con los partidos de izquierda, mucho de sus retrocesos y avances se vincularon con las crisis y rearticulaciones operadas en el sistema político, desconociendo el grado de autonomía relativa que los sindicatos tienen con respecto a los partidos o, lo que es peor, minimizando la importancia de otras organizaciones gremiales que no se insertan en un cuadro político clásico.[5]
         Lo anterior condujo a otro problema instalado por la historiografía marxista: la fuerte inclinación obrerista que se le dio a la organización sindical. Si bien la legislación chilena, desde 1924, había definido a los sindicatos como organizaciones de defensa de intereses tanto en la rama industrial como profesional, se tendió a estudiar, con cierto sesgo ideológico, preferentemente a las organizaciones obreras. Como resultado de lo anterior, no se mostró el mismo interés por investigar las organizaciones de empleados fiscales, particulares y municipales, por nombrar algunas[6], y cuando se las estudió se hizo con el prejuicio característico de señalarlas como asociaciones que respondían a sus propios intereses de clase y que minaban la unidad de lucha[7]. Lo mismo se puede argumentar sobre la acción del catolicismo en la promoción de las organizaciones sindicales. Como excepción podemos nombrar los estudios sobre el padre Alberto Hurtado y su labor en pro de la libertad sindical y aquellos sobre Clotario Blest, en cuanto a su vertiente cristiana, así como de sindicalización de los empleados públicos y de unificación del movimiento obrero[8].
         La experiencia de la Unidad Popular ha obligado a replantear muchos de los supuestos con los que operó la historiografía marxista clásica en relación con el movimiento obrero. En primer lugar, no pocos historiadores operaron con el esencialismo de suponer una predisposición revolucionaria en los trabajadores chilenos. Toda experiencia en contrario, era calificada como fría maquinación de intereses foráneos (de clase o del imperialismo). En segundo lugar, se pensaba que un contexto de profundización democrática forzaría a los trabajadores a optar por las posturas más izquierdistas, en el entendido de que las restricciones operadas en el sistema político, al menos hasta los años 1960, habían distorsionado la representación de esos sectores. Por último, que la conquista del aparato del Estado fortalecería la unidad sindical y, con ello, el proyecto revolucionario de transformación social. Sin querer profundizar en estos aspectos, el golpe militar de 1973 supuso una profunda represión al movimiento político-popular de izquierda, lo que limitó al extremo el desarrollo de un pensamiento crítico y truncó, de paso, los aportes de la historiografía marxista. Esto produjo que los pocos estudios sobre el sindicalismo chileno, durante los años 1970 y 1980, fueran realizados por sociólogos y cientistas políticos[9]. La decepción provocada y, en muchos casos, el profundo impacto causado por la derrota del proyecto socialista-democrático, junto a la experiencia del exilio y la acción represora de un Estado autoritario y dictatorial, no hicieron más que profundizar la distancia con la mirada positiva o de autocomplacencia que se tenía de la institucionalidad democrática del siglo XX y de todos los avances del Estado de compromiso[10]. Algunos representantes de la Nueva Historia Social han expresado un fuerte prejuicio con respecto a la política, al menos en su definición clásica, lo que incluye el sistema de partidos, las definiciones electorales y la búsqueda o mantención del poder, proponiendo una historia social desprovista de lo político[11]. La cuestión del poder ha sido desplazada hacia el problema de la soberanía y autonomía del sujeto popular. Estas serían las condiciones explicativas de por qué no hubo historia sindical y laboral durante más de tres décadas (años 1970 y fines de los años 1990).
       
          Solo en los últimos años, de la mano de historiadores jóvenes, se observa un interés renovado en la reconstrucción de la historia sindical durante la dictadura militar. Estas perspectivas buscan ofrecer nuevas entradas a la comprensión de la dictadura militar (1973-1989) precisando el papel jugado por las organizaciones de trabajadores y otros movimiento sociales (de pobladores y juveniles) en el retorno a la democracia (la mirada proyectiva) y  el impacto que produjeron las reformas neoliberales (Plan Laboral de por medio)  en la destrucción del entramado sindical chileno y la formación de un nuevo sindicalismo postdictadura  (la mirada retroactiva)[12].
           Sin embargo, muchos de los enfoques que subyacen en estos estudios pioneros siguen reduciéndose a estudios que se centran al interior de las fronteras nacionales. En tiempos de globalización, y con nuevos enfoques en lo que dice relación con la historia transnacional, de las circulaciones y comparada, existen posibilidades de avanzar en integrar procesos, actores e instituciones internacionales en el estudio del sindicalismo en nuestro país. Los aportes de las historiografías obreras latinoamericanas, desarrolladas entre los años 1940 y 1990, fueron sustanciales en establecer las etapas cronológicas de su evolución, precisar la influencia de corrientes ideológicas extranjeras, identificar desencuentros entre las organizaciones obreras y la clase política o seguir su maduración  organizativa[13]. Sin embargo quedaron reducidas a ser un recuento de procesos nacionales, poco vinculados con el contexto internacional y menos aún con la formación de dinámicas regionales: circulación de ideas y líderes sindicales; formación de una experticia técnica que movilizó ideas en pro del mejoramiento social y económico. En concreto, las historias obreras fueron una prolongación de las historias nacionales[14].

         En la actualidad existen diversos investigadores que señalan la necesidad de estudiar lo social, el trabajo y la clase obrera desde perspectivas transnacionales, lo que debe considerar los vínculos existentes entre la consolidación de un pensamiento social nacional, la formación de una institucionalidad internacional y la cooperación técnica[15].
         La Dictadura Militar y su impacto internacional, se presta muy bien para la promoción de enfoques transnacionales, y superar las miradas locales que se han hecho sobre el conflicto socio-laboral. Perspectivas comparadas con la realidad argentina; las plataformas de ayuda y de solidaridad internacional ofrecidas por los trabajadores y dirigentes sindicales exiliados; la acción de organismo internacionales como la OIT en defensa de los derechos laborales durante el periodo; y la acción de organizaciones sindicales de alcance mundial y su impacto en el plano nacional, ayudarían a avanzar más rápidamente en el conocimiento de la historia sindical reciente.

         Es en este contexto que se enmarca el estudio de Rodrigo Araya editado este año por la Universidad Alberto Hurtado. Se trata de la presentación de fuentes sindicales muy variadas, como el Comité Exterior de la CUT, el apoyo de las organizaciones sindicales internacionales (FSM, CIOSL) a los trabajadores chilenos, algunas artículos de la revista Chile Sindical, declaración de principios de la Unión Democrática de Trabajadores, discurso de Manuel Bustos en la Conferencia del movimiento sindical libre por los DDHH y Sindicales en Chile, realizada en Madrid en 1983, documentos sobre el Comando Nacional de Trabajadores,  la VI Asamblea Nacional de la Coordinadora Nacional Sindical, de 1984 y una serie de pliegos de trabajadores, entre otros. Aunque se echa de menos una presentación que articule de mejor forma el conjunto de artículos, por su variedad y complejidad de instituciones y personajes que aparecen, busca llenar un vacío en los alcances más globales de la reconstitución del movimiento sindical bajo dictadura.

        
          Por último, un estudio sobre las fuentes sindicales en Dictadura, nos obliga a pensar en cómo se ha hecho la historia del movimiento obrero en Chile. Las fuentes principales que se han utilizado han sido los periódicos. Esto responde a dos razones. Primero, los trabajadores mostraron un temprano éxito organizativo, medido por la capacidad que tuvieron en iniciar la publicación de un periódico que difundiera sus ideas y objetivos, y que además ayudara a fortalecer la unidad sindical. Esto hizo que la prensa obrera fuese variada y en no pocos casos de alcance nacional. Existe una muy buena clasificación de dicha prensa, la que además ha sido objeto de estudios pormenorizados[16]. Segundo, la ausencia de fuentes de archivo de las organizaciones más características de los trabajadores se puede explicar por la falta de celo en resguardar la documentación generada. Dificultades en dar forma a una cultura de la memoria y una política de resguardo patrimonial de las acciones y eventos realizados por los trabajadores organizados puede explicar lo anterior. La represión llevada a cabo por las autoridades públicas y policiales, que destruyeron no pocos locales, y la confusión que en algunos casos tuvieron las acciones sindicales con las partidarias, generó desconfianzas en organizar archivos que pudiesen contener información clasificada y posible de ser revisada con una lógica revisionista.
         Por las razones que sean, este exceso en el uso de la prensa obrera en la reconstitución del movimiento sindical ha traído como consecuencia positiva el obligar a hacer un rastreo sistemático de dicha prensa, aún a costa de sacrificar la mirada integral y de larga duración.       Por el contrario, en algunos estudios no siempre aparece clara la evolución que presenta un periódico a través de sus años –en el caso de que haya superado los primeros meses o números de circulación– o las distintas posiciones políticas y sindicales que lo dividen. Esto mismo ha hecho que si bien la revisión de la prensa obrera sea pormenorizada, su uso sea contingente para apoyar tal idea u opinión. No sé si tales razones expliquen la falta de investigaciones que aborden de manera sistemática la historia de un sindicato u organización obrera, pero aparece evidente que no necesariamente la revisión detallada de la prensa ha traído como consecuencia el mayor conocimiento de un sindicato o rama industrial.  
        Hoy día las posibilidades que ofrecen fuentes de archivo de organismos internacionales para estudiar la historia sindical y obrera se multiplican. Los medios y recursos que ofrece la web permiten el acceso inmediato a documentos que años atrás hubiese sido difícil de conocer, aunque obliga a nuevos ejercicios de crítica de fuentes, en el entendido que su propia difusión supone estrategias organizativas y selectivas no exentas de intereses particulares.







[1] Ricardo Ffrench-Davis y Bárbara Stallings, Reformas, crecimiento y políticas sociales en Chile desde 1973, Santiago, Lom Ediciones, 2001. 
[2] Para un estudio crítico, ver Sergio Grez, “Movimiento popular urbano en Chile entre el cambio de siglo y la época del Centenario (1890-1912). Avances, vacíos y perspectivas historiográficas”, Contribuciones científicas y tecnológicas, N°109, agosto, 1995, pp. 37-45; Jorge Rojas Flores, “Los trabajadores en la historiografía chilena: balance y proyecciones”, Revista de Economía & Trabajo, N°10, 2000, pp. 47-117.
[3] Hernán Ramírez, Origen y formación del Partido Comunista de Chile, Santiago, Austral, 1965; Julio Cesar Jobet, El partido socialista de Chile, Santiago, Prensa Latinoamericana, 1971; Paul Drake, Socialismo y populismo en Chile, Valparaíso, Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1992.
[4] Crisóstomo Pizarro en una obra de 1985 señala: “En suma, el movimiento sindical y su acción huelguística deben ser considerados como uno de los agentes estratégicos de los cambios democráticos del presente siglo”, en La huelga obrera en Chile, Santiago, Ediciones Sur, 1986, p. 213. En tanto Rolando Álvarez, escribe: “Durante el siglo XX, el movimiento sindical chileno tuvo un importante papel en el proceso de profundización de la democracia, la obtención de derechos sociales y mejorías económicas para los asalariados del país”, en “El plan laboral y la negociación colectiva ¿Origen de un nuevo sindicalismo en Chile? 1979-1985”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana, “Dr. Emilio Ravignani”, N°35-36, segundo semestre 2011/primer semestre 2012, pp. 92.
[5] Alan Angell, Partidos políticos y movimiento obrero en Chile, México, Ediciones Era, 1974.
[6] Al respecto ver Azun Candina, Clase media, Estado y sacrificio: La Agrupación Nacional de Empleados Fiscales en Chile contemporáneo (1943-1983), Santiago, Lom Ediciones, 2013.
[7] Crisóstomo Pizarro, op. cit.; Jorge Barría, Historia de la CUT, Santiago, Editorial Prensa Latinoamericana, 1971.
[8] William Thayer Arteaga, El Padre Hurtado y su lucha por la libertad sindical, Santiago, Editorial Andrés Bello, 1999; Maximiliano Salinas, Clotario Blest, Santiago, Arzobispado de Santiago, Vicaría Pastoral Obrera, 1980; Gilda Orellana, “Clotario Blest en la CUT: por una nueva cultura sindical y política (1953-1961)”, Tiempo Histórico, N°7, 2013, pp. 29-64.
[9] Guillermo Campero y José Valenzuela, El movimiento sindical chileno en el capitalismo autoritario: 1973-1981, Santiago, ILET, 1981;  Manuel Barrera, La demanda democrática de los trabajadores chilenos, Santiago, CED, 1984; Manuel Barrera et al., Sindicatos y estado en el Chile actual, Santiago, CES, 1985; Jaime Ruiz Tagle, “El movimiento sindical chileno y la crisis del capitalismo autoritario”, en Varios autores, Los movimientos sociales y la lucha democrática en Chile, Santiago, CLACSO-ILET, 1985; J. Samuel Valenzuela, “El movimiento obrero bajo el régimen militar”, en Francisco Zapata, Clases sociales y acción obrera en Chile, México, El Colegio de México, 1986; Patricio Frías, El movimiento sindical chileno en la lucha por la democracia, Santiago, PET, 1989.
[10] Gabriel Salazar y Julio Pinto haciendo referencia al Estado del siglo XX señalan: “Echando mano de la ingeniería de gobernabilidad: universalizando el derecho al voto individual, pero anulando toda participación ciudadana, individual o colectiva en la toma de decisiones públicas. La “comunidad cívica” fue pulverizada por la individuación electoral y la reducción del ciudadano a la doble condición pasiva de peticionario y beneficiario de las políticas públicas”, Historia contemporánea de Chile I, Santiago, Lom Ediciones, 1999, p. 94. 
[11] El año 2005 el historiador Sergio Grez criticó a algunos representantes de la Nueva Historia Social por la ausencia de contenido político en sus investigaciones, “Escribir la historia de los sectores populares: ¿con o sin política incluida? A propósito de dos miradas a la historia social (Chile, siglo XIX)”, Política, vol. 44, Santiago, 2005.
[12] Rolando Álvarez, “¿Represión o integración? La política sindical del régimen militar. 1973-1980, Historia, N°43, vol. II, julio-diciembre, 2010, pp. 325-255; Rodrigo Araya, “Cambios y continuidades en el movimiento sindical chileno en los años 80. El caso del Comando Nacional de Trabajadores”, Historia, N°47, vol. 1, enero-junio 2014, pp. 11-37. También se puede ver P. Winn, Victims of the chilean miracle: workers and neoliberalism in the Pinochet era, 1973-2002, Durham, Duke University Press, 2004, y Paul Drake, Labor Movements and Dictatorships: The Southern Cone in Comparative Perspective, Johns Hopkins University Press, 1996.
[13] Para un balance crítico acerca de la historiografía sobre el movimiento obrero latinoamericano, ver Patricio Herrera, "La CTAL en la historiografía obrera. 1938-1963", Cuadernos de Historia, N°36, 2012.
[14] Enfoques que parecen proyectarse a estudios recientes, como el de Francisco Zapata, El sindicalismo latinoamericano. Historia mínima, México, El colegio México, 2013. Una perspectiva que busca superar estas miradas tradicionales sobre la evolución del movimiento sindical latinoamericano es aquel de Patricio Herrera sobre la CTAL,  En favor de una patria de los trabajadores”. La Confederación de Trabajadores de América Latina y su lucha por la emancipación del continente, 1938-1953, Tesis de Doctor en Historia, Centro de Estudios Históricos, El Colegio de Michoacán, Zamora, México, 2013, (inédita).

[15] Marcel Van der Linden, Historia transnacional del trabajo, Valencia, Centro Francisco Tomás y Valiente UNED Alzira-Valencia, 2006; Jan Lucassen, (Ed.), Global Labour History: A State of the Art, Bern, Peter Lang AG, International Academic Publishers, 2006; Kenneth Bertrams y Sandrine Kott, “Actions sociales transnationales”, Genèses, 2008:2, N°71, pp. 2-3; Sandrine Kott, “Les organisations internationales, terrains d'étude de la globalisation. Jalons pour une approche socio-historique”, Critique internationale, N°52, 2011, pp. 9-16; Jasmien Van Daele et al. (Eds.), ILO Histories: Essays on the International Labour Organization and Its Impact on the World During the Twentieth Century, Bern, Peter Lang AG, International Academic Publishers, 2010; Isabelle Lespinet-Moret y Vincent Viet (coords.), L’Organisation internationale du travail, Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2011.
[16] Osvaldo Arias, La prensa obrera en Chile.

martes, 6 de enero de 2015




ENTREVISTA RED HISTORIA BARILOCHE, DICIEMBRE 2014




RECABARREN:  A

90 AÑOS DE SU MUERTE (1924)



Periodista: Profesor, usted se ha dedicado a estudiar el Estado Social, la cuestión social y el movimiento obrero en Chile. Además viene de dar su examen de doctorado sobre la acción de la Organización Internacional del Trabajo en América del Sur. ¿Cuál es su relación con la figura de Luis Emilio Recabarren?

Juan Carlos Yáñez: Es como la de cualquier investigador. No soy especialista en Recabarren, pero me ha interesado su figura y su labor a propósito de mis propios estudios sobre la cuestión social y las posturas del movimiento obrero sobre la legislación social. Hay muy buenas investigaciones sobre Recabarren, destacándose en los últimos años los estudios de Jaime Massardo, Julio  Pinto y Sergio Grez.

P: Nos podría comentar ¿qué tienen de común y de distinto estas investigaciones?

J.C.Y.: Bueno, en principio me parece que son trabajos que buscan mirar al líder obrero despojado de toda hagiografía que fijó la historiografía clásica de izquierda o los memorialistas de los años 50 y 60 del siglo pasado. Ni héroe, ni mártir, más bien figura y liderazgo clave para pensar la formación de un movimiento obrero de carácter moderno. Por ello, ya sea en las perspectivas que han apuntado a estudiar el ideario político de Recabarren o su acción social-sindical todas buscan contextualizarlo en los procesos históricos y esto es un avance.

P: Ahora no deja de ser paradojal que la historia social que ha cuestionado la mirada tradicional de hacer historia, centrada en personajes por ejemplo, se apoye en la figura de Recabarren para explicar el movimiento obrero.

J. C. Y.: Es cierto. Si creemos la declaración de principios que hace Julio Pinto y Gabriel Salazar en su Historia de Chile tomo I de Lom Ediciones (no tengo la referencia exacta en este momento), se cuestiona la historia oficial de Chile enfocada en la presencia de personalidades, héroes de bronce me parece que es la figura que utilizan. El pueblo debiera ser rescatado en su potencialidad constructora ¿no? En su potencialidad de soberanía, de construcción de historicidad. En este sentido me parece legítimo que la Nueva historia Social le interese promover investigaciones sobre Recabarren (en especial cuando se utilizan perspectivas comparadas con otros liderazgos, como Alessandri), el problema es que no se ofrece ningún debate teórico sobre cómo insertar estos liderazgos en una historia social que por definición es colectiva. Entonces, las figuras y personalidades funcionan y sirven cuando se hace historia social, pero no cuando se trata de la historia oficial. Creo que esa contradicción se supera ofreciendo una perspectiva crítica de cómo situar el liderazgo de Recabarren en la Nueva Historia Social, cosa que modestamente creo no se ha hecho.

P: ¿Pero cuál debiera ser la relación entre biografía e historia social?

J.C.Y: Insisto, no soy especialista en Recabarren, pero creo que el peligro de toda biografía, inclusive la de Recabarren, es creer que el personaje lo es todo, caer en el subjetivismo puro. El retorno al sujeto, así como las miradas micros parecen estar en boga, pero sin pensar los procesos históricos de más largo plazo no sirve de mucho. Lo segundo es la tendencia al falseamiento de toda biografía, lo que llama Pierre Bourdieu “la ilusión biográfica”, es decir la tentación de todo biógrafo de caer en la reconstrucción de una vida entendida como unidad perfecta, recorrido lineal, arquetípica en cierta forma.  Qué es la biografía, ¿sino la construcción a posteriori de un todo coherente y orientado bajo un orden cronológico y dotado de significación?
    El desafío de toda biografía sobre Recabarren es que debe acompañar el drama de la propia vida del líder obrero ¿no? El tema del suicidio hace más compleja la biografía porque en este caso no hay contexto político que lo explique (como en Balmaceda y Allende), es parte de un drama personal que nunca se nos revela completamente. Es extraño, pero todas las biografías históricas sobre Recabarren le dedican pocas líneas al suicidio. No creo que la labor del historiador sea mostrar las claves o las razones que expliquen este hecho, lo que quiero decir es que los intentos últimos de reconstruir una vida coherente sobre Recabarren deben necesariamente dar cuenta de si el suicidio se inserta o no en esa reconstrucción coherente que se hace de su vida de luchador social.  

P: Ahora ¿hay algún aspecto que le interese en particular de la acción de Recabarren y que considere que no haya sido tratado por la historiografía?                                                       (Recabarren en Moscú, 1922)

J.C.Y. Dejemos algo en claro, me parece que hoy día conocemos prácticamente en profundidad la vida de Recabarren, más allá de ciertos prejuicios o intereses que mueven a algunos investigadores a destacar algunos aspectos por sobre otros. En mi caso me ha interesado mucho la labor parlamentaria de Recabarren, porque en esa etapa se ponen en juego tanto las posiciones que el liderazgo socialista-comunista tuvo frente a la acción parlamentaria en general y en particular en torno a la legislación social. La historiografía no había destacado mucho su labor parlamentaria, me parece que los últimos trabajos de Julio Pinto y Sergio Grez han avanzado en destacar este aspecto. Por ejemplo, los distintos proyectos de legislación social que presentaron tanto la Federación Obrera de Chile como Recabarren muestran los intentos del comunismo chileno de construir una política parlamentaria y de modernización de su estructura partidaria antes del proceso de bolchevización estudiado por Olga Ulianova y Riquelme de 1927 en adelante. Los intentos por parte de Recabarren de mostrar que su proyecto de Cámara del Trabajo  era una especie de soviets que debían replicarse en las industrias chilenas, es un intento artificioso y tardío por hacer compatible su acción parlamentaria y su comunismo. El rechazo de la elite parlamentaria nos habla del desconocimiento y temores que tenían los partidos tradicionales sobre el comunismo de Recabarren, pero también la incomprensión del líder obrero de entender que su proyecto se insertaba en toda una historia de reivindicaciones populares.
     Otro dato, los corresponsales de la Organización Internacional del Trabajo cuando analizaron el comunismo de Recabarren utilizaron su labor parlamentaria para calificar a Recabarren como socialdemócrata y que su comunismo no difería demasiado de las posiciones social-demócratas que había manifestado anteriormente en sus escritos. Dicho en términos concretos: Recabarren fue un social-demócrata y su comunismo responde más bien a una evolución propia que a la recepción que haya hecho de la Revolución Rusa.

P: ¿Cómo evaluaría la labor político-parlamentaria de Recabarren, en especial desde la creación del Partido Comunista en 1922 hasta su suicidio en 1924?

J.C.Y.: No soy de aquellos que enarbolan críticas a la acción política de Recabarren, más allá de los errores cometidos en particular en la afiliación de la FOCH a la Internacional Sindical y la partida de importantes militantes obreros. Creo que las promesas incumplidas de Recabarren en tratar de modernizar al Partido Comunista  a propósito de su participación parlamentaria nos hablan del excesivo personalismo que manifestó en este periodo. Por ejemplo, el periódico de la FOCH nos informa en su edición del 3 de enero de 1922 (es decir en plena realización de la Convención que fundó el Partido Comunista de Chile) que se había aprobado una moción de Recabarren en orden a que el Comité Ejecutivo debería ir normando y señalando la labor que debían hacer los representantes comunistas en el Parlamento y en los municipios, una versión popular de los tradicionales comités de partidos que funcionaban en el parlamentarismo y que permitía  asegurar una línea política en el desorden parlamentario. El que no haya funcionado las medidas de control y de conducción de la labor parlamentaria de los representantes comunistas nos muestra la conducción personalista que tenía Recabarren del Partido y explican las críticas que se comenzaron a escuchar sobre su conducción a partir de 1923.

P: Para terminar. ¿Qué opinión le merece la reconstitución que se hizo por parte de la tradición socialista y comunista de la figura de Recabarren?

J.C.Y.: Bueno, tal como lo han señalado Olga Ulianova y Jaime Massardo, la reivindicación que se hace de la figura de Recabarren se hace en la segunda mitad de los años 1930 con el cambio de posición de la Internacional Comunista y la promoción de la política de frentes populares, ante lo cual el líder obrero aparece como la fórmula para vincular el proceso político de la época con la tradición obrera de la cual era heredero. Ahora lo interesante es que este proceso de rehabilitación de la figura de Recabarren no provino del Partido Comunista ni del Partido Socialista, sino de la IZQUIERDA COMUNISTA (liderada por Manuel Hidalgo) coincidiendo con la conmemoración de los 10 años de su muerte, en 1934. Entre 1933 y 1934 se escucharon en los congresos del Partido Comunista de Chile y la FOCH cosas terribles como que “Recabarren NO NOS ENSEÑÓ ABSOLUTAMENTE NADA”. Es por eso que la Izquierda Comunista reivindica la figura de Recabarren, tanto como para señalar la necesidad de vinculación histórica nacional del comunismo chileno, como para apoyar su distancia con el estalinismo del PC chileno. Entonces la rehabilitación de la figura de Recabarren se hace por las necesidades de los comunistas hidalguistas de defensa de sus propias posiciones políticas del periodo.


“No es raro-señala una publicación de la Izquierda Comunista-, entonces, que la burocracia estaliniana que ha desfigurado la Revolución Rusa, que ha podrido la Tercera Internacional, que ha llevado a la derrota al proletariado de China y Alemania, que ha pactado con el fascismo, que se ha entregado al imperialismo francés, que ha reconocido derechos y coloniales a los Estados Unidos, que se ha unido a los bandidos imperialistas  de la Liga de las Naciones y que ha escindido todo el movimiento obrero, haya dado instrucciones a sus agentes oficiales para que ataquen a Recabarren y oculten su obra.”