martes, 14 de julio de 2015


LA LEY DE LA SILLA (1914)
100 años de derechos y de estupideces.


La silla no solo forma parte de los objetos culturales indispensables de la vida cotidiana, sometida a las modas, gustos y estilos propios de otros objetos, sino que además es parte -a decir de Norbert Elias- del proceso civilizatorio de la humanidad. En este sentido, la silla ha estado presente en los rituales culinarios y en el fortalecimiento  de los espacios de intimidad, siendo la forma se sentarse reflejo de patrones culturales, niveles educacionales o grados de confianza que las personas muestran en público. A más de alguno no se le escapará la larga compañía y conexión que tiene la evolución de la silla con el retrete, con el consiguiente avance de la higiene en la humanidad.                            

        En Chile, luego de años de demanda se promulgó el 7 de diciembre de 1914 la llamada LEY DE LA SILLA que establecía que en todo negocio, tienda o almacén se debía mantener el número suficientes de sillas a disposición de los empleados o dependientes. Algunos sectores la criticaron porque tendía a favorecer más a las mujeres que a los hombres, pese a que no discriminaba en favor de las primeras como la ley española de 1912.  Para otros acarrearía un gasto innecesario para los negocios al desnaturalizar muchas de las tareas de los empleados o dependientes. Pero la ley además fue importante porque reglamentó los descansos, dando derecho a los empleados de las tiendas a una hora y media por día para almorzar, considerado suficiente para que se desplazaran a sus hogares y retornaran al trabajo en el horario de la tarde.

       La retórica conservadora ha desnaturalizado el sentido de esta ley, asociándola al conjunto de condiciones laborales que no debieran ser reglamentados y que, en consecuencia, no debiera dar origen a ningún derecho social. Asociada a demandas superfluas que promueven el poco compromiso en el trabajo, la ley de la silla ha pasado a formar parte del anecdotario de las leyes sociales en Chile, un tanto desconocida, poco defendida y mirada con cierto desdén si se desea fiscalizar su aplicación.

     Estas líneas las escribo no solo para recordar el conjunto de “leyes innecesarias”, a decir de algunos, aprobadas por el Estado, sino también para recordar que es en el orden jurídico donde se aseguran los derechos y se reconocen las obligaciones de unos con respecto a otros. Así, no sorprende que bajo el discurso progresista que invade a muchas ONGs y políticos, y que busca a toda costa protegernos de los males de la vida moderna, se haya iniciado una campaña en contra del sedentarismo y que tenga como objeto de todas las culpas la famosa silla.  EL SEDENTARISMO MATA, junto a una silla con una calavera, resume visualmente el mensaje que se nos quiere transmitir. El eje del análisis parece trasladarse del problema de la obesidad y mala nutrición asociado a las empresas alimenticias, grandes cadenas de comida y de distribución de alimentos procesados (Supermercados), a la inactividad y el uso excesivo de la silla como explicación del problema.                          

    Se nos dirá que es solo una campaña y que la silla juega el papel de “representación”  o imagen simbólica del sendentarismo. Pero justamente, como es en los símbolos y representaciones donde algunos buscan ganar sus batallas, es bueno recordar que hace 100 años muchos vieron en la silla un avance en el proceso civilizatorio de cómo tratábamos a empleados y trabajadores.



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