sábado, 12 de marzo de 2011

Reseña libro La Intervención Social en Chile 1907-1932

Reseña Profesora Ana María Stuven
REVISTA HISTORIA, Nº42, 2009


JUAN CARLOS YÁÑEZ, La Intervención Social en Chile, 1907-1932. Santiago,
Ril Editores, 2008, 334 páginas.


En este libro el autor propone un viaje, un recorrido, cuyo protagonista es el trabajador, quien transita desde su virtual anomia hacia su reconocimiento institucional como actor mayoritario y esencial para la república. En su peregrinar hacia ese telos, entra en diálogo con la oligarquía, a la cual presiona y frente a la cual se hace visible, con los intelectuales e ideólogos que piensan su situación en la polis, y con la institucionalidad del Estado que finalmente debe asignarle su lugar en ella. Es el sentido de su recorrido: narrar la evolución de la intervención social en Chile, entendida como “la acción desarrollada por el Estado en el contexto del conjunto
de problemas que surgen hacia fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, y que se conoce como la ‘cuestión social’” (p. l7).
     El recorrido se inicia con un momento institucional: la creación de la Oficina del Trabajo, en l907, para terminar también con otro momento institucional: la creación del Ministerio del Trabajo, en l925. Consciente de que un recorrido histórico no debe terminar abruptamente como si existiese el fin de la historia, un contundente capítulo final y unas conclusiones, que son una invitación a continuar esta línea de investigación, dejan abierta la obra a responder y formular nuevas preguntas a partir de ella. Por ejemplo cuando, en su conclusión, con modestia pide ayuda a los lectores para responder respecto de las razones de la pervivencia de los funcionarios del trabajo como pedagogos de la intervención social del Estado.
      Esta reseña no se propone responder a la pregunta de Yáñez. Tan solo quiero comentar algunos aspectos de la obra. En primer lugar, lo ya mencionado, respecto de su estructura, a lo cual quisiera agregar su buena pluma, la vastedad y variedad de sus fuentes que van desde los documentos oficiales, a la prensa, los discursos parlamentarios, convenciones partidarias y la gran cantidad de bibliografía secundaria consultada. Aunque el autor conoce bien la literatura sobre las prácticas discursivas y su influencia en la conformación de las estructuras de poder, y de hecho las usa, el libro no cae en el abuso al que a veces conduce convertir toda la historia en texto. Así, puede detectarse un hilo conductor de la narración que incluye el discurso y su evolución, así como las prácticas no discursivas, es decir, aquellas que se plasman en instituciones donde despliegan su acción los sujetos. Estas son las instituciones del Estado.
       Desde esta perspectiva, el autor se inserta en una tradición de la historia política chilena que privilegia al Estado como el gran motor de cambio social y cultural en el país y como el termómetro que permite medir la temperatura que alcanzan las demandas sociales. Sin embargo, también se nutre del nuevo impulso de esta historia, como de los instrumentos de la sociología de las élites culturales de la cual se beneficia una historia intelectual que no quiere ser historia puramente intrínseca de las obras y los procesos ideológicos. En ese marco se inserta su capítulo sobre las estadísticas como esfuerzo metodológico para integrar lo individual y fragmentario en un todo que la sociedad puede analizar objetivamente como parte del proceso que emprende el Estado, que llaman institution building, y que se vincula con el tránsito que José Antonio Aguilar llama de la república epidérmica a la república sustancial, cuando esta se ve conminada a responder propositivamente sobre la compatibilidad entre las nociones de bien común, libertad e igualdad y las prácticas políticas que surgen de su acción.
       El autor sitúa bien este momento con el surgimiento de la llamada cuestión social, la que, según él, “supuso una ruptura con una tradición individualista, ya que a partir de entonces se construyó un nuevo objeto de conocimiento: la sociedad”. En términos de paradigmas explicatorios, este proceso se vincula sin duda con el auge del positivismo; en términos económicos, debemos vincularlo con lo que James Morris, a quien Yáñez cita, llama las consecuencias sociales, laborales e ideológicas de la industrialización y urbanización nacientes. Sin embargo, en términos político-sociales y también culturales creo que debemos asociarlo con el tránsito del concepto de pueblo como entidad abstracta a su visibilización y corporización en el trabajador, el proletario y, en definitiva, el pobre. Esto, porque los campesinos abandonaron la tierra y desplegaron su miseria en el Santiago de la oligarquía. Para sorpresa de muchos, el obrero expresa reivindicaciones propias y
reclama sus derechos de participación de los derechos de la república que ahora siente propia. 
          


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