jueves, 28 de abril de 2011


HOMBRES DE METAL. Trabajadores ferroviarios y metalúrgicos chilenos en el ciclo salitrero: 1880-1930
Editor Mario Matus
Ediciones: Universidad de Chile
Año: 2010


Las condiciones de los trabajadores durante el ciclo salitrero: 1880-1930:Una perspectiva institucional


            Juan Carlos Yáñez Andrade
Programa de Doctorado, Centre de Recherches Historiques, EHESS-Paris, Becario Conicyt-Chile yanezandrade@gmail.com


Presentación


El debate sobre las condiciones de vida de los trabajadores, como efecto del proceso de industrialización y de urbanización, no es nuevo desde un punto de vista historiográfico. Clásica es la polémica provocada por la obra colectiva editada en 1954 por Friedrich Hayek bajo el título El capitalismo y los historiadores [1997]. Lo central del estudio destacaba el mejoramiento de las condiciones de vida que había provocado la Revolución Industrial y que mucha de la literatura miserabilista del periodo se había debido más a razones ideológicas que reales. Dos aspectos pueden ser considerados los más polémicos de aquel debate. En primer lugar, se señalaba que el quiebre provocado por la Revolución Industrial había sido de tal magnitud que las condiciones de subsistencia y precariedad de importantes grupos de la población se hicieron evidentes a todo observador de la época. Esto habría producido un doble efecto: idealizar las condiciones de vida de la sociedad pre-industrial y destacar solo los efectos negativos de la industrialización.

Para los diferentes autores de El capitalismo y los historiadores, las condiciones de vida de los trabajadores habían mejorado sustancialmente por efecto de la industrialización, beneficiándose de mayores ingresos, de mejores productos y más baratos, mejorando de paso las condiciones de higiene y la esperanza de vida. Sin embargo, en segundo lugar, se atacó no solo el sentido común que muchos historiadores tenían sobre los efectos de la Revolución Industrial, sino en especial su visión pesimista del progreso económico, los cuales valoraban sus logros pero cuestionaban las modalidades históricas que había asumido. Para los autores del estudio si el progreso económico era indisociable del desarrollo del capitalismo lo único que podía esperarse del futuro eran cosas buenas.

¿Qué posibilidades nos ofrece en la actualidad la relectura de este libro? No conozco para el caso latinoamericano o chileno estudios que permitan dan cuenta, a modo más o menos conclusivo, sobre tal problemática. Por otra parte, ¿es acaso real la actitud un tanto conservadora de cierta intelectualidad enfrentada a evaluar los efectos provocados por la urbanización e industrialización en sociedades con fuertes rasgos tradicionales? Lo que sí es cierto es que nuestros autores del polémico libro se beneficiaron de dos condiciones que no tuvieron los intelectuales miserabilistas de la época industrial. Primero: una base de datos y formulación estadística que les facilitó cerrar en parte el debate. Segundo: el situarse a mediados del siglo XX, lo que les permitió tener una amplia perspectiva temporal para conocer el final de la historia o al menos el fin del problema. La suerte estaba, al parecer, para el lado del progreso y el capitalismo.

Yo quisiera profitar de tal suerte para orientar, de una manera reducida y en torno a mis propios estudios, el debate en el caso chileno. Para ser claros, me parece que enfrentados al siglo XXI, deberíamos tener la misma perspectiva histórica para poder hacer una evaluación sobre las condiciones de vida de los trabajadores durante el ciclo salitrero y las consecuencias de los procesos de industrialización y urbanización con respecto a la situación anterior. Además, deberíamos aprovechar de las mismas ventajas que nos ofrece la evolución de las ciencias sociales, en cuanto a enfoques, métodos y categorías analíticas nuevas.

Una mirada intencional

Esta presentación no buscará dar cuenta de todos los avances sobre la materia, ni intentar contestar de una manera definitiva a la pregunta de cuáles eran las condiciones de los trabajadores en el ciclo salitrero, sino avanzar sobre algunos criterios que debieran tenerse en cuenta para mejor orientar o enriquecer el debate. Reconociendo de paso que la principal dificultad historiográfica para entrar de lleno al problema es que faltan estudios específicos sobre algunas actividades productivas, condiciones de ingreso y consumo, entre otros aspectos. Las conclusiones, por consecuencia, siempre rentarán preliminares.

Mi enfoque, debo aclarar, es el institucional, el cual he venido intentando aplicar en los últimos años [Yánez, 2000, 2003, 2008]. Esta perspectiva supone comprender los procesos sociales y económicos dentro de la dinámica de evolución de las instituciones. Tal enfoque busca superar los análisis clásicos que reducían los estudios sociales y económicos a las condiciones materiales de la existencia o al funcionamiento de los factores productivos en condiciones de comportamiento racional [North, 1990]. A esta perspectiva se deben complementar los enfoques neo-funcionalistas que ponen el acento en las condiciones de funcionamiento y organización social a partir de procesos e instituciones que buscan la integración de los diferentes grupos que componen la sociedad. En el caso de la organización laboral, se destaca el rol que juega el trabajo como elemento de integración social, y asignador de derechos, y el contrato laboral como expresión jurídica de la superación de los conflictos [Donzelot, 1994; Castel, 1997].  En esta oportunidad no quisiera dejar de nombrar el estudio pionero de Karl Polanyi [2004], enmarcado en una perspectiva de antropología económica, el cual destacó los mecanismos de integración económica con fuerte arraigo social y organización institucional, destacando en particular el mecanismo de la reciprocidad y de la redistribución. 

En concreto, el común denominador de estas perspectivas –más allá de las diferencias obvias– es que los criterios a los cuales un historiador debiera echar mano para evaluar las condiciones de vida de los trabajadores, no debieran ser solo los cuantitativos (indicadores económicos de por medio). Por ejemplo, para el caso chileno, nadie puede negar que la crisis económica de 1914 y 1921 significó una experiencia de real precarización para los trabajadores (quizás la primera en términos modernos), pero en donde germinaron procesos significativos, sin los cuales no podemos pensar la historia laboral del siglo XX. Fue en torno a esta crisis donde se alzaron voces demandando el derecho al trabajo, el mejoramiento de las condiciones de vida y afianzando lo que podríamos denominar una cultura del trabajo, es decir en donde las identidades laborales son indisociables de un trabajo estable, pagadero en su totalidad en moneda y con una estabilidad de ingresos, consagrada por un contrato de trabajo. Esta perspectiva que puede aparecer un tanto mecánica ha comenzado a ser estudiada por algunos historiadores [Grez, 2002; Pinto, 1998], dando cuenta de una historia que no necesariamente avanza en una dirección determinada y es más compleja en cuanto a sus posibilidades. 

Este será nuestro marco –y horizonte– para intentar evaluar cuáles eran las condiciones que presentaban los trabajadores en los primeros años del siglo XX, así como intentar ofrecer una perspectiva histórica en torno a si estas condiciones fueron mejores o peores a aquellas  existentes antes del ciclo salitrero.


Condiciones de vida

El mejoramiento de las condiciones de trabajo a través de la legislación social no debiera, a estas alturas, ser desconocido. En nuestro país el ideario laboral tuvo un recorrido que podríamos definir desde el mejoramiento del espacio urbano (con la ley de habitaciones obreras de 1906) a la organización del trabajo (con la ley de accidentes laborales de 1916, el decreto de conciliación y arbitraje de 1917 y la ley de contrato de trabajo de 1924). Esto nos muestra una política social no del todo definida, que deambuló entre la preocupación por los problemas de higiene y los aspectos de seguridad en el medio productivo. De todas formas la manera ininterrumpida en que fueron aprobadas las leyes laborales en Chile (entre 1906 y 1931), nos habla de la creencia que diversos sectores tuvieron en el poder transformador de la ley.

Quisiera hacer referencia a tres aspectos que nos permiten conocer cómo eran las condiciones de los trabajadores hacia los primeros años del siglo XX y evaluar, desde una perspectiva institucional, cuánto había cambiado la dinámica social en torno al trabajo.

Como hicimos referencia anteriormente, la crisis económica de 1914 y 1921 mostró comportamientos empresariales diferenciados. Para el caso de las industrias urbanas, como lo señaló el historiador Marcelo Carmagnani [1998], pese al masivo desempleo existente en la época, el empresariado estuvo en condiciones de mantener el nivel de ingreso de sus trabajadores, en un marco de relativa estabilidad, como forma de no afectar la economía salarial de la cual las mismas industrias eran dependientes. Sin embargo, la estabilidad laboral no puede ser un aspecto solo explicado por dinámicas económicas. Una consecuencia inesperada de esta crisis fue la discusión sobre el contrato de trabajo como forma de lograr la estabilidad en el empleo e ingreso. Si bien nunca hubo una lucha explícita en torno al contrato de trabajo y las relaciones laborales se regularon con acuerdos verbales, parciales y a trato, pronto el contrato fue visto como un signo de las condiciones a las cuales estaban dispuestos a someterse los trabajadores y empresarios. Para los trabajadores será la garantía de una estabilidad en su experiencia asalariada y para los empresarios la estabilidad en sus condiciones de producción. De esta forma, los contratos de trabajo no solo sirvieron para explicitar los términos en los cuales se incorporaba la mano de obra al proceso productivo, sino a la seguridad jurídica en un contexto de crisis económica. De paso esto podría explicar la emergencia de un universo laboral mucho más diferenciado que el existente en el siglo XIX, y de paso la transformación del discurso de la imprevisión que enarboló históricamente la elite sobre el mundo popular.

En un segundo aspecto, fue precisamente en torno a la coyuntura de 1914 y 1921, donde se hicieron más avances en la reducción de la jornada de trabajo, de tal forma que hacia 1920 un estudio de la época podía mostrar que al menos en las principales industrias urbanas, portuarias, y algunas mineras, la jornada diaria rondaba las ocho o nueve como máximo [Morales, 1926]. Esta sí fue una demanda sentida por el movimiento obrero, en especial cuando se logró la conquista del descanso dominical en 1907. Para el movimiento obrero será un símbolo de lucha y para los empresarios una cuestión de productividad. A la pregunta de cuánto era el tiempo máximo que los trabajadores debían trabajar en las fábricas, los obreros responderán con la ya clásica partición de la jornada en tres: un tercio para el trabajo, un tercio para su formación y un tercio para el descanso. Los empresarios estarán abiertos a los estudios provenientes de la organización científica del trabajo, que destacaban la influencia de extensas jornadas de trabajo en la ocurrencia de accidentes. Ahora, ¿cuál sería ese tiempo a que debiera corresponder una jornada de trabajo? Nunca estuvo del todo claro. Solo nos interesa destacar que la organización de la producción en una jornada de ocho horas dejó abiertas las posibilidades para pensar la formación del capital humano en las industrias, el tiempo del ocio y del consumo, y el desarrollo de nuevos y mejores servicios, en fin, la reducción de la conflictividad y el aumento, por ese hecho, de la productividad.


En un tercer aspecto, en la misma coyuntura de 1914 y 1921, se avanzó en el proceso de asalarización de las relaciones laborales. Paradojalmente los cesantes provenientes, principalmente, de las salitreras no estuvieron dispuestos a responder a las ofertas de empleos de las zonas agrícolas del país, en gran parte, como lo señalan las fuentes de la época [Vial, 1981], porque se habían acostumbrado al pago de sus salarios en dinero y no en comida o alojamiento, modalidad que era común en el campo. El salario cada vez más fue medido en términos de productividad y la producción promovida a través de estímulos monetarios. Cuando se produjo la reapertura de las salitreras, que habían cerrado por la crisis, muchos trabajadores no estuvieron dispuestos a volver al norte, porque se habían adaptado al ritmo laboral de la urbe, que ofrecía dos condiciones frente a las cuales no podían competir ni la minería ni el campo: mayor estabilidad de las actividades productivas y un ingreso pagado en su totalidad en metálico, respectivamente.

A lo anterior debiéramos agregar el desarrollo de dos modalidades institucionales que ayudaron a asentar la sociedad salarial, en un contexto de mejora de las condiciones laborales y de ingreso. En primer lugar el movimiento sindical, donde se dieron nuevas modalidades de lucha y organización de los trabajadores [Grez, 2000], dejando de lado las confrontaciones callejeras, motines y actos de violencia, y, en segundo lugar, las bolsas de trabajo (del Estado, de los empresarios y de los mismos trabajadores), las cuales ayudaron a organizar el mercado laboral [Yánez, 2007].

Avances y retrocesos

Nos podemos preguntar cuánto ganaron o perdieron los trabajadores con la dinámica de cambio institucional experimentada por el país en las primeras décadas del siglo XX. No hay una respuesta única. Podemos concordar en que ganaron mucho si la práctica de explotación empresarial se prologaba en el tiempo o que perdieron también mucho si reconocemos que el proyecto de “rebelión laboral” tenía probabilidades de éxito. 

Todos estos procesos de cambio institucional, nos permiten señalar de una manera general que, en términos de las condiciones laborales, la construcción de un marco legal de relaciones entre el capital y el trabajo, la organización del mercado laboral y la acción fiscalizadora del Estado, los trabajadores presentaron, a partir de las primeras décadas del siglo XX, sustanciales mejoras en sus condiciones de vida. Esto no supone excluir del análisis nuevas formas de exclusión, de fragmentación de la vida humana –paralela a la división del trabajo-, de marginalidad urbana, de alineación asociada al consumo, distribución desigual del ingreso o modalidades más refinadas de explotación del trabajo. Todo esto hemos conocido hasta el presente.

Como señalamos al inicio, mucho de estos análisis restan ambivalentes y preliminares, aunque debiéramos avanzar en una discusión más de fondo que, obviamente, no se agota en algunas páginas de un libro. Primero, ir aclarando de qué trabajadores estamos hablando, en cuanto a categorías socio-profesionales y sectores productivos. Segundo, establecer una cierta periodificación que nos permita comprender mejor el ciclo salitrero, por ser un marco temporal muy amplio y, por lo mismo, complejo, cuyos senderos nos pueden llevar por reflexiones que nos alejen de la pregunta central: qué beneficios los trabajadores obtuvieron de la industrialización y urbanización que produjo el ciclo salitrero en Chile.


BIBLIOGRAFIA

1.- Carmagnani, Marcelo [1998], Desarrollo industrial y subdesarrollo económico. El caso chileno (1860-1920), Santiago de Chile, Ediciones Dibam.

2.- Castel, Robert [1997], Las metamorfosis de la cuestión social, Buenos Aires, Paidos.

3.- Donzelot, Jacques [1994], L’invention du social, Paris, Editions du Seuil.
4;- Grez, Sergio [2000], “Transición en las formas de lucha: motines peonales y huelgas obreras en Chile (1891-1907)”, Historia, Vol. 33, Santiago.

    -[2002], “¿Autonomía o escudo protector? El movimiento obrero y popular y los mecanismos
     de conciliación y arbitraje (Chile, 1900-1924)”, Historia, Vol. 35, Santiago. 

5.- Hayek, Friedrich [1997], Los historiadores y el capitalismo, Madrid, Unión Editorial.

6.- Morales, José [1926], Estudios sobre los contratos de trabajo, Santiago, Apostolado de la Prensa.

7.- North, Douglass, [1990], Institutions, Institutional Change and Economic Performance, Cambridge, University Press.

8.- Offe, Claus [1992], La sociedad del trabajo, Madrid, Alianza Editorial.

9.- Pinto, Julio [1998], Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera. El ciclo del salitre y la configuración de las identidades populares, Santiago, Ediciones Universidad de Santiago.

10.- Polanyi, Karl, [2004], La gran transformación, México, Fondo de Cultura Económica.

11.- Vial, Gonzalo [1981], Historia de Chile, Santiago, Editorial Portada.

12.- Yánez, Juan Carlos, [2000], “La Oficina del Trabajo (1907-1924)”, Mapocho, N°48,  Santiago.

    -[2003], Estado, consenso y crisis social. El espacio publico en Chile: 1900-1920, Santiago,
      Ediciones Dibam.

    -[2007], “Las Bolsas de Trabajo: Modernización y control del mercado laboral en Chile (1914-
      1921)”, Cuadernos de Historia, N°26, Santiago. 

    -[2008], La intervención social en Chile y el nacimiento de la sociedad salarial. 1907-1932,
      Santiago, Editorial Ril.

















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