martes, 11 de agosto de 2020

 

M DE MALDITO

 

En 1931 el director alemán Fritz Lang dirigió la película M, el vampiro de Dusseldorf, o también conocida como M de Maldito, historia que trata sobre un abusador y asesino en serie de niñas. Son muchos los aspectos artísticos y cinematográficos que transforman esta obra en una creación maestra. Sin embargo, lo más interesante es su trama conexa.  

Este vampiro –o maldito– a diferencia del vampiro clásico, es un sujeto sin poderes sobrenaturales y que aparece en circunstancias cotidianas como un ser normalizado en medio del devenir urbano. La clave del filme es el entramado social que rodea los asesinatos y que dan cuenta del contexto de fines de la República de Weimar (1919-1933). Es conocido el análisis que ofrece Alfred Kracauer sobre esta película, la cual junto con otras prefiguraríasegún él– el ascenso del nazismo, con el sometimiento a los poderes irracionales que movilizan el alma humana; los miedos que tienen las personas al enfrentarse a lo desconocido; la aceptación del control gubernamental a cambio de mayores grados de seguridad; o la facilidad que tienen las personas en dirigir hacia alguien o un grupo la causa de todos los males.

                                                         Imagen del film de Fritz Lang

La urbe aparece como un espacio de angustia cuando las madres empiezan a sufrir por la pérdida de las niñas; en un lugar de desconfianza cuando cualquier persona, por sus conductas o actitudes, se transforma en un potencial asesino; en un ámbito de control y vigilancia cuando todas las actividades propias de los ciudadanos son observadas meticulosamente por la policía.

Frente a los desafíos y necesidad de atrapar al asesino en serie, son los mismos criminales quienes, por el temor a no poder seguir cometiendo sus propios delitos, debido a la seguridad desplegada en la ciudad, deciden darse a la tarea de perseguir y juzgar al asesino.

Estos últimos días el caso de la desaparición de Ámbar y el posterior hallazgo de su cadáver nos ha enfrentado a nuestro propio vampiro. Hemos descubierto –una vez más– que el sistema judicial es permeable, ya sea por la habilidad de los delincuentes que conocen los vacíos del antiguo y obsoleto Código Penal, o la negligencia de algunos jueces que asumen solo los aspectos garantistas del actual Código de Procesamiento Penal, sistema que permitió poner en libertad a un asesino que no debió haber salido de la cárcel. 

¿Por qué en la película de Fritz Lang los propios delincuentes decidieron perseguir y juzgar al asesino en serie? Porque al conocer los vacíos del sistema judicial temían que el asesino serial se hiciera “pasar por un loco” y evitara de esta forma el peso de la ley. 

¿Qué nos muestra la película M, el vampiro de Dusseldorf y el cruce con el caso de la muerte de la adolescente Ámbar? Que el vampiro y los asesinatos en serie pueden, como en la Alemania de los años 1920, prefigurar los peores males de una sociedad que cae en el abismo de la corrupción, las pasiones y la violencia, donde son los mismos criminales, hastiados por toda la decadencia, quienes deciden hacer justicia por sus propias manos. ¿Cuánto tiempo tendremos que esperar a que sean los delincuentes que terminen persiguiendo a los criminales?

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