lunes, 14 de abril de 2025

 

El caos mundial, la compra de la casa de 

Salvador Allende y las derivas populistas

 

 

“El Estado Constitucional de Derecho es la condición institucional que permite a todos vivir en paz, porque en él el goce de los derechos no pende del arbitrio de un individuo o de una facción, sino que está garantizado por normas abstractas y generales, lo que se perfecciona cuando se funda en la democracia. Si en una república democrática, como es la nuestra (artículo 4°), la soberanía reside en el pueblo, éste se expresa directamente a través del poder constituyente y se objetiva jurídicamente en la Constitución, la cual no es una simple carta política, sino que la ley superior del ordenamiento jurídico que define el sistema de fuentes del derecho y, además, tiene fuerza normativa directa. Así, todos los órganos del Estado y sus titulares son poderes constituidos y sometidos, por lo tanto, a la Constitución” (Tribunal Constitucional, 10 de abril 2025).

 

Un Ceo del banco JP Morgan señaló, a propósito de la guerra arancelaria iniciada por Donald Trump, que el mundo vive el entorno más peligroso desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hay que matizar esa declaración: ese entorno peligro tuvo sus orígenes en la década de 1930, al menos una década antes de la invasión alemana a Polonia en 1939. Cuando los partidos políticos se ven como corruptos, la democracia como incapaz de enfrentar el crimen organizado y el Estado como un botín, las personas empiezan a mirar salidas autoritarias que restablezcan, de algún modo, cierto orden perdido. Fenómenos como el ascenso de Hitler en la Alemania de los años 1930 o salidas populistas actuales como la de Bukele en el Salvador o del mismo Donald Trump en los Estados Unidos, parecen dar respuesta al votante que ve en estos liderazgos una salida a la crisis que experimenta.   

     En el presente parece que ya no se trata de luchar por la democracia a secas, vacía de contenido, sino que, por el contrario, los ciudadanos comienzan a preguntarse qué democracia se debe apoyar y promover en este nuevo entorno peligroso. Lo preocupante, más allá de las derivas populistas o autoritarias, es que las autoridades –presidenciales, parlamentarias o de instituciones públicas– construyan espacios de poder inmunes a la crítica ciudadana, espacios que alienten ejercicios antidemocráticos, de violación a la Constitución de la República o directamente de corrupción. No cuestionar el poder, por conveniencia o miedo, es ser cómplice de las consecuencias dañinas que su ejercicio puede acarrear. 

        El caso de la compra de la casa del Presidente Salvador Allende, así como el conjunto de desprolijidades que han salido a la luz pública y que llevaron a la destitución de la Senadora Isabel Allende por el Tribunal Constitucional debe ser un llamado de atención a que el trabajo mal hecho, la falta de controles a la función pública, el dejar hacer, la flojera intelectual, una cadena de errores de los cortesanos de turno, significó el fin de la carrera política de una senadora de la República. Pero el aprendizaje de fondo es que, si no hay medidas ni contrapesos y somos condescendientes con el poder, el daño que se le puede hacer a la democracia será irreversible.

        El que una serie de asesores de alto nivel no hayan rechazado la compra de la casa de Salvador Allende sólo se explica por la banalidad con la que asumieron sus responsabilidades públicas. En orden de magnitud un horror administrativo no se compara con los horrores de una dictadura –la “banalidad del mal” según Hannah Arendt–, pero la suma de estos errores o la intención tozuda de llevar hasta las últimas consecuencias las convicciones propias, como era transformar la casa de Salvador Allende en un museo, puede llevar a que la población se harte de la política y de los políticos y opte por salidas populistas. Que esto sea una lección para entender que los peligros para la democracia no solo nacen de los populistas de turno, sino de funcionarios públicos que abusen del ejercicio de su autoridad y pretendan salir impunes.

        Tal como señaló el fallo del Tribunal Constitucional, con fecha 10 de abril de 2025:

“Existe, en consecuencia, una íntima vinculación entre democracia y Estado Constitucional”