LA LEY DE LA SILLA (1914)
100 años de derechos y de estupideces.
La
silla no solo forma parte de los objetos culturales indispensables de la vida
cotidiana, sometida a las modas, gustos y estilos propios de otros objetos, sino que además es parte -a decir de
Norbert Elias- del proceso civilizatorio de la humanidad. En este sentido, la silla ha estado presente en los rituales culinarios y en el
fortalecimiento de los espacios de
intimidad, siendo la forma se sentarse reflejo de patrones culturales, niveles
educacionales o grados de confianza que las personas muestran en público. A más
de alguno no se le escapará la larga compañía y conexión que tiene la evolución
de la silla con el retrete, con el consiguiente avance de la higiene en la
humanidad.
En
Chile, luego de años de demanda se promulgó el 7 de diciembre de 1914 la llamada LEY DE LA SILLA que establecía que en todo negocio, tienda o almacén se debía
mantener el número suficientes de sillas a disposición de los empleados o
dependientes. Algunos sectores la criticaron porque tendía a favorecer más a
las mujeres que a los hombres, pese a que no discriminaba en favor de las
primeras como la ley española de 1912.
Para otros acarrearía un gasto innecesario para los negocios al
desnaturalizar muchas de las tareas de los empleados o dependientes. Pero
la ley además fue importante porque reglamentó los descansos, dando derecho a los
empleados de las tiendas a una hora y media por día para almorzar, considerado
suficiente para que se desplazaran a sus hogares y retornaran al trabajo en el
horario de la tarde.
La
retórica conservadora ha desnaturalizado el sentido de esta ley, asociándola al
conjunto de condiciones laborales que no debieran ser reglamentados y
que, en consecuencia, no debiera dar origen a ningún derecho social. Asociada a
demandas superfluas que promueven el poco compromiso en el trabajo, la ley de
la silla ha pasado a formar parte del anecdotario de las leyes sociales en
Chile, un tanto desconocida, poco defendida y mirada con cierto desdén si se desea
fiscalizar su aplicación.
Estas
líneas las escribo no solo para recordar el conjunto de “leyes innecesarias”, a
decir de algunos, aprobadas por el Estado, sino también para recordar que es
en el orden jurídico donde se aseguran los derechos y se reconocen las
obligaciones de unos con respecto a otros. Así, no sorprende que bajo el
discurso progresista que invade a muchas ONGs y políticos, y que busca a toda
costa protegernos de los males de la vida moderna, se haya iniciado una campaña
en contra del sedentarismo y que tenga como objeto de todas las culpas la
famosa silla. EL SEDENTARISMO MATA,
junto a una silla con una calavera, resume visualmente el mensaje que se nos
quiere transmitir. El eje del análisis parece trasladarse del problema de la
obesidad y mala nutrición asociado a las empresas alimenticias, grandes cadenas
de comida y de distribución de alimentos procesados (Supermercados), a la
inactividad y el uso excesivo de la silla como explicación del problema.
Se
nos dirá que es solo una campaña y que la silla juega el papel de “representación” o imagen simbólica del sendentarismo. Pero
justamente, como es en los símbolos y representaciones donde algunos buscan
ganar sus batallas, es bueno recordar que hace 100 años muchos vieron en la silla un
avance en el proceso civilizatorio de cómo tratábamos a empleados y
trabajadores.
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