Lo
que el viento se llevó y el problema del
racismo
Juan Carlos Yáñez Andrade
Hace
unos días el guionista de la aclamada 12 años de esclavitud, cuestionó
la difusión en la plataforma online del canal HBO de la película de 1939 Lo
que el viento se llevó, argumentando que idealizaba la esclavitud del sur
de los Estados Unidos. La cadena bajó de su catálogo la película y se subió a
la ola de denuncias –legítimas, por cierto– sobre el racismo en los Estados
Unidos a propósito de la muerte de George Floyd a manos de un policía blanco.
Sin
entrar a debatir sobre los alcances de la esclavitud en la historia de los
Estados Unidos, es efectivo que la película y más precisamente la novela de la
cual fue adaptada –cuya autora es Margaret Mitchell–, se enmarca en una
corriente artística conocida como romanticismo sureño, que muestra
idílicas postales de las plantaciones de algodón y de las relaciones entre
blancos y negros. Tal como lo señala Isaiah Berlin, el Romanticismo, como
corriente artística e intelectual, idealiza el mundo buscando construir una
síntesis superior de él, no porque desconozca sus miserias, sino porque intenta
trascenderlo. El Romanticismo nos ha legado, además, la noción -hoy aceptada- de
la libertad en la creación artística y la necesaria comprensión de la obra en
el contexto de su tiempo. La película Lo que el viento se llevó es
compleja, y no puede reducirse al simple argumento que idealiza la esclavitud.
Muy por el contrario, el genio de Mitchell nos muestra un mundo con matices,
que se derrumba, por cierto, mientras ve nacer uno nuevo. Quien haya visto la
película o leído la novela puede comprender la caída de la nobleza
terrateniente en la imagen ambivalente de Ashley Wikes, quien por convenciones
sociales no puede aceptar el amor de Scarlett. Se sorprende ante el aventurero
Rhett Butler, un norteño y especulador que termina luchando por la causa
perdida del sur. La propia Scarlett, que junto con amar la tierra -su Tara- se
muestra emprendedora y con valores del mundo moderno.
El
impedir la exhibición de la película, en el marco de la ola de destrucción de
estatuas, edificios, libros y otros artefactos culturales asociados a la
esclavitud, no solo pretende borrar y reescribir la historia, sino que es un
intento deliberado por impedir que las nuevas generaciones accedan a esas creaciones
artísticas. Los esfuerzos, por el contrario, debieran ir en la necesaria
comprensión de nuestro pasado, no para aceptarlo acríticamente, sino para
entender lo complejo que resulta el mundo y que un mejor entendimiento de él
nos puede hacer más virtuosos y, en definitiva, un poco más felices, aunque ese
proyecto de la Ilustración les resulte vano a algunos.
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