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Que las pandemias reducen los
confines del mundo no cabe ninguna duda, al menos desde la llamada “gripe
española” de 1918, obligando a coordinar los esfuerzos a nivel internacional. Población nacional y población
mundial, siendo la gestión de esta última un proyecto que se impone luego de
las grandes guerras del siglo XX, incluyendo la Guerra Fría. La gestión de
la población pertenece a las herramientas conceptuales de Michel Foucault (Seguridad,
territorio y población, 2014) y se refiere al conjunto de dispositivos de
saber, de intervención y de subjetivación que son constitutivos de la gubernamentalidad.
Estos mecanismos de gestión comprenden los dispositivos de seguridad, es
decir el conjunto de técnicas como el cálculo de probabilidades, la gestión de
los riesgos, evaluación de costos, el control a distancia de los
comportamientos peligrosos, entre otros. Si las técnicas clásicas están
asociadas a procedimientos, reglamentaciones u ordenanzas que prohíben,
controlan, ejecutan y disciplinan con el fin de vigilar y castigar, la
política de seguridad, por el contrario, busca poner en práctica un programa de
gobierno que supone la gestión y el cálculo de los problemas de la población.
Por ejemplo, en la criminalidad las técnicas de seguridad plantean la cuestión
de saber “cómo mantener, en el fondo, un tipo de criminalidad, como el robo, al
interior de los límites que son social y económicamente aceptables y en torno a
los medios que se van a considerar como óptimos para un funcionamiento social
dado” (Foucault, 2014, p.7). Dicho en términos simples, parece que ya no
importa el delincuente ni menos la víctima, sino la gestión de la criminalidad
como un problema más de la población.
En este sentido –no
nos perdamos– los fallecidos por Covid-19 parecen importar muy poco, lo que
importa es la gestión de la pandemia, y de paso la aceptación por parte de la
población de los dispositivos de seguridad. Es decir, Foucault entiende la
noción de gubernamentalidad “como el conjunto de instituciones, procedimientos
y análisis que permiten ejercer esta forma de poder que tiene por objetivo
principal la población, que tiene por saber la economía política y
por instrumento técnico los dispositivos de seguridad” (p.111). Dicho de
otro modo, la gubernamentalidad implica la introducción de dispositivos de
gestión ligados a saberes cada vez más especializados, sin control efectivo, y
donde la estadística es uno de ellos, y quizás el más importante. Por ello,
no debiera sorprender que la disputa entre el centro de estudios Espacio
Público y el Ministerio de Salud se centre en la estadística de fallecidos.
A nivel de las instituciones
internacionales, la gestión de la población mundial exige formas también nuevas
de dominio y de experticia que plantea la gubernamentalidad. Si los objetos de
la policía –en su sentido clásico de control– son de carácter urbano y se
refieren a los problemas de la urbe –provocados por intercambios y
circulaciones restringidas a los espacios de la ciudad–, se entiende que por
existir circulaciones trasnacionales una noción global del mundo se impone de
manera definitiva durante el siglo XX, con lo cual se facilitan los programas
de intervención a nivel planetario. De ahí, por ejemplo, que las crisis
globales hayan asegurado el surgimiento y consolidación de agencias reguladoras
en materia fiscal (FMI), y las pandemias hayan asegurado, por su parte, el
surgimiento y consolidación de agencias sanitarias (OMS).
Espacio público, es un centro de estudios financiado por
diversas agencias y entidades públicas y privadas. Por ejemplo, recibe un
financiamiento importante (sobre $100 millones) de la Fundación Nacional para
la Democracia, creada por el presidente norteamericano Ronald Reagan y
asociada indirectamente al Departamento de Estado, cuyo objetivo apunta a
promover “la democracia liberal”. También apoyan a Espacio Público fundaciones
filantrópicas con una clara agenda de gubernamentalidad como la Fundación Ford,
Konrad Adenahuer o Tinker Foundation. Otros aportes corresponden a Chilevisión,
la Embajada de Canadá, y agencias de gobierno de Chile como el Ministerio de
Desarrollo Social y el Laboratorio de Gobierno.
El debate aparentemente técnico entre
Espacio Público y el Ministerio de Salud de cómo contar los fallecidos
por Covid-19 es propio de los debates de naturaleza cercanos a la
gubernamentalidad, cruzados por intereses de agencias internacionales. ¿Qué es lo que está en juego detrás
de la supuesta subestimación de muertos por parte de los informes del
Ministerio de Salud y la propuesta de corrección por parte de Espacio
Público? La corrección propuesta por Espacio Público y que implica
incluir a los probables -sospechosos- fallecidos por Covid-19, independiente de
si existe o no una prueba PCR, ayudaría, según esta agencia, a tres
objetivos claros: Primero, acoplar los registros de fallecimientos
en Chile con los estándares internacionales de países desarrollados, que
permite –se supone– hacer comparables las cifras y mejorar la gestión global de
la pandemia. Segundo, ayudar a una eficiente gestión sanitaria, mejorando
las condiciones en el manejo de los fallecidos y no exponer a quienes tienen
que lidiar con los cuerpos. Tercero, transparentar las cifras, asumiendo
sin más que aquellos que mueren sin una causa clara debieran ser asumidos como
causal de muerte por Covid-19, en el entendido que no hay ningún otro virus
circulando en el país. A partir de este simple cambio de criterio la tasa de
letalidad pasó, en un día, de 1% a 1,6%, y sigue subiendo.
Sin entrar a cuestionar este cambio en
el registro de fallecidos que ha llevado al Ministerio de Salud a seguir como
parámetro las defunciones del Registro Civil, el peligro que conduce este
debate es que debilita comunicacionalmente la gestión ministerial y se
centra en demasía en la cuestión técnica de cómo contabilizar el número
fallecidos, haciéndonos perder el foco en lo central de la pandemia, como
es el número de contagios. Controlando este grupo, se podrá controlar el número
de fallecidos. Pero hay un peligro mayor, que al centrarnos solo en el número
de fallecidos nos dejemos embaucar -ante el temor de la muerte- y terminemos
aceptando –sin más– los dispositivos de seguridad
que se nos proponen para enfrentar la pandemia.